sábado, 28 de agosto de 2010

JUICIO A LAS CALUMNIAS

por Ismael Bermúdez

Revista Ñ
Sábado 28 de agosto de 2010


LAS ACTAS DE LA COMISION DEWEY,AHORA PUBLICADAS, PRUEBAN LA FALSEDAD DE LAS ACUSACIONES ESTALINISTAS CONTRA TROTSKY



Hace ya bastante tiempo que la opinión pública mundial sabe con certeza --algo que no ocurría en la época: que las calumnias sistemáticas de Stalin y de los voceros internacionales del aparato controlado por la burocracia de Moscú contra León Trotsky fueron una pieza central para liquidar a toda la dirigencia que había comandado la Revolución de Octubre de 1917 – cuya mayoría no compartía ni la teoría de la revolución permanente ni la caracterización de Trotsky sobre el Termidor ruso (la contrarrevolución piloteada por Stalin), ni la que caracterizaba a Stalin como un bonapartista cuya política conducía a la restauración capitalista.
Pero el 10 de abril de 1937, cuando en la Casa Azul de Krida Kahlo en Coyoacán, México, comenzaron las sesiones de la Comisión Dewey, un Tribunal constituido por grandes personalidades de la época a pedido de Trotsky para juzgar sus supuestas actividades contrarrevolucionarias, de espionaje y sabotaje contra la Unión Soviética que había lanzado Stalin, se estaban celebrando los Procesos de Moscú. Y el régimen de Stalin se encontraba en el momento de mayor crisis interna y sobrevivía a fuerza de crímenes, incluso de sus propios partidarios, y del terror. La política internacional de acercamiento a las “potencias democráticas” y los frentes populares había concluido en un completo fracaso y el régimen se encontraba aislado incluso de las propias masas en vísperas de una guerra inminente.

Los “juicios de Moscú” fueron acompañados por la masacre de decenas de miles de trotskistas y de otras corrientes de izquierda en los campos de concentración stalinianos. Fueron construidos sobre la base de “confesiones” arrancadas bajo la tortura y de una completa desmoralización política de los acusados, que pagaron de este modo su complicidad con el establecimiento del termidor. Mientras los “jueces” enviaban a los pelotones de fusilamiento a lo que quedaba de la vieja “guardia bolchevique”, Stalin liquidaba al estado mayor del ejército rojo sobre la base de su aceptación de las intrigas armadas contra ellos por el servicio de espionaje nazi. El ejército soviético había sido “depurado” dejando indefensa a la URSS frente al ejército alemán. Los seguidores de Trotsky eran asesinados en el extranjero, en tanto ya se encontraba en marcha el operativo que culminaría en agosto de 1940 en el asesinato de Trotsky en México por un agente de la GPU. Hasta junio de 1941 estuvo en vigencia el tratado Hitler-Stalin, firmado en 1939, que había entregado a la mitad de Polonia al ejército alemán. Era “la medianoche del siglo”, como había escrito Victor Serge.

En esos Procesos, Trotsky había sido declarado el principal culpable “en ausencia” de la acusación de agente del servicio de Hitler y del imperialismo japonés. Trotsky, sin embargo, había ofrecido en forma pública sentarse en el banquillo de los acusados en Moscú, a condición de que las sesiones fueran públicas, algo inaceptable para Stalin.
El “Caso León Trotsky” reúne las actas taquigráficas de la Comisión que estuvo presidida por el filósofo y pedagogo norteamericano John Dewey y otros reconocidos escritores, periodistas y abogados, como John Finerty, defensor de Sacco y Vanzetti. Las Actas evidencian que Trotsky demostró que todas y cada una de las acusaciones contra los líderes bolcheviques y las esgrimidas en su contra eran calumnias y falsedades. Refutó también los argumentos de los acusadores de que cualquier crítica socialista al stalinismo fuera “una colaboración voluntaria e involuntaria con la reacción mundial” - un sofisma que se transformaría en un ‘clásico’ de los partidos comunistas e incluso de los gobiernos nacionalistas que apoyaban su acción en la regimentación del movimiento obrero y en la cooptación de la burocracia sindical.
. Trotsky vaticinó que “cerrar los ojos frente a las sangrientas fabricaciones judiciales”, en nombre de la consigna, por otro lado correcta, de la defensa de la URSS en una guerra con el imperialismo, llevaría a “una gran catástrofe histórica”. Esta catástrofe se manifestó rápidamente: la invasión nazi encontró a la URSS sin ninguna preparación; Stalin calificó a las informaciones del servicio secreto soviético anunciando el ataque, y luego a las noticias del ataque mismo, como una “provocación” de los servicios occidentales para precipitar a la URSS a atacar al ejército alemán. Hay un lazo de unión entre el pacto Hitler-Stalin y los juicios de Moscú y el asesinato de los trotskistas: Stalin temía que un fracaso en la guerra lo barrería del poder bajo una revolución conducida de nuevo por bolcheviques.

La historia tuvo otro derrotero, pero en lo fundamental los análisis y pronósticos de Trotsky se confirmaron. El stalinismo logró quebrar todas las revoluciones de posguerra, con la excepción notable de las revoluciones china y yugoslavas (y luego la revolución cubana), que acabaron rompiendo con Moscú. Y la burocracia que reivindicaba la política stalinista condujo, en su propio beneficio, a la restauración capitalista.

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